Caseríos de Jayanca, uno de los distritos más afectados en Lambayeque, claman por soluciones definitivas
Texto y fotos: Cecilia Niezen
Son miles las personas que tras el fenómeno El Niño Costero, que golpeó los primeros meses del año el norte del país, esperan una respuesta al problema de viviendas. Si bien el número de albergues oficiales y no oficiales se ha reducido en la región Lambayeque, la incertidumbre de las personas, especialmente de quienes viven en caseríos rurales, no disminuye. En el caserío Pampa de Lino, distrito de Jayanca, al norte de Lambayeque, recuerdan aún cómo el río se lo llevó todo. Sin embargo, buscan concentrarse en lograr viviendas definitivas y estabilizar sus economías.
Hoy, un grupo de familias de ese caserío, está ubicado a unos 200 metros del lugar donde se encontraban sus casas. La señora Marcelina Navarro (60 años) nos recibe en su módulo de vivienda. Ella, junto a 35 familias, durmieron casi tres meses en carpas. Actualmente, se encuentran en módulos instalados por Oxfam y Predes, bajo el protocolo de respuesta y estándares humanitarios Esfera. El principio de estas viviendas es que, incluso en el marco de una emergencia, las personas no deben perder sus derechos; sobre todo, el derecho a vivir con dignidad, recibir asistencia, protección y seguridad.
“El espacio mínimo de cada módulo debe ser de 3,5 metros cuadrados por persona (17,5 metros cuadrados por familia) y garantizar a las familias un espacio suficiente para que puedan desarrollar sus actividades básicas, como cocinar, comer, dormir, cambiarse. Además, deben tener ventilación y confort térmico que las proteja de las inclemencias del clima, que les dé seguridad, y que no estén bajo riesgo de contraer enfermedades u otros riesgos adicionales a los sufridos por el desastre”, explica Arturo Liza, especialista en gestión de riesgo de Predes.
En Pampa de Lino se han instalado 28 módulos de vivienda, letrinas, duchas, así como un protocolo de organización vecinal. Evidentemente, todo luce más ordenado, pero se trata de una solución temporal. De hecho, el enfoque urbano del plan de reconstrucción preocupa a las personas de este caserío. “No viene ninguna autoridad. Nosotros queremos que nos ayuden a reconstruir nuestras viviendas que quedaron totalmente destrozadas, pero nadie ha venido a proponer algo para el futuro”, cuenta la señora Marcelina.
“El río se lo llevó todo”
Marcelina vive con María Catalina, la mayor de sus 10 hijos. Ella, madre de dos menores de edad, sufre una discapacidad mental, por lo que Marcelina es la responsable de su hija y sus nietos. Su casa estaba ubicada al lado del río Motupe. Era la medianoche de un día de febrero cuando el río arrasó con todo. “Los vecinos nos ayudaron a salvar nuestras vidas”, cuenta. Luego de unos días, llegaron las carpas de Defensa Civil y la ayuda de organizaciones. Las autoridades brillaron por su ausencia, y esa es una queja que se oye de manera permanente en muchas zonas rurales afectadas.
Marcelina quiere reconstruir su casa. Ella nació y vivió siempre en Pampa de Lino. Sus 10 hijos viven en Jayanca. Unos en el caserío, otros no. ¿Qué le gusta de ese lugar que hoy, tras los estragos de El Niño Costero, luce más agreste y seco que nunca? “Es un lugar tranquilo, bonito. Un día fui a Lima, pero no puedo acostumbrarme, hay mucha bulla”, cuenta. “Quisiera que las autoridades de Jayanca nos ayuden a fortalecer las riberas del río y también nuestras casas. Que estas se levanten a un metro de alto para protegernos del agua, pero cuándo vendrán las autoridades”, se pregunta.
La falta de empleo en Pampa de Lino
Tal vez el factor que hoy preocupa tanto como la vivienda definitiva es el trabajo. En Jayanca, el empleo ha caído y con ello la situación social ha empeorado. La mayoría de personas de Pampa de Lino suele trabajar por temporadas en algunas empresas agroexportadoras de la zona. Sin embargo, El Niño Costero también afectó a estas empresas, y el ritmo de trabajo se ha reducido. En una buena época, se podía sacar a la semana S/200. Marcelina dice que el trabajo era duro, pero que aun así no se puede quejar. “Iba con un canguro y cortaba el espárrago desde las 6 a. m. hasta las 5:30 p. m.”. Los vecinos de la señora Marcelina, agrupados en la puerta de su casa, reafirman que no hay trabajo, y que sin trabajo no hay comida. Así de grave es la situación. “Queremos que nos ayuden con nuestra economía”, dice un señor. Una mujer comenta que hay muchas madres solteras en la zona, y que en el lapso de la emergencia nacieron cuatro bebés. “De alguna manera, son como una esperanza”, dice Marcelina, entre las voces de sus vecinos que reclaman ayuda, ser visibles y formar parte de un plan de reconstrucción que puede ser muy importante para sus vidas, pero que casi no conocen.
Elizabeth Cano, coordinadora del programa humanitario de Oxfam en Perú sostiene que es importante que la sociedad organizada haga seguimiento del proceso de Reconstrucción con cambios del Gobierno. “Se necesita trabajar para que en ese proceso se incluya la recuperación de los medios de vida de los afectados y se ofrezca oportunidades de recuperación a través de la generación de fuentes de empleo. Además, para que los afectados formen parte de las soluciones”, sostiene.
El caserío Víctor Raúl: “No tenemos adónde ir”
Tal vez la situación más crítica que se vive en Jayanca es la de los vecinos del caserío rural Víctor Raúl. El señor José cuenta que casi toda la población fue rescatada por helicópteros del Ejército y la Policía, pues quedaron aislados. Niños, ancianos, embarazadas fueron rescatados entre el lodo y el agua que les llegaba a la cintura. Dice que sus vidas son un milagro. Él iba gritando a sus vecinos que salgan de sus casas. Lograron conseguir refugio, pero perdieron sus casas, animales y bienes materiales. El río se comió todo, y hoy sus viviendas no existen ni la superficie donde estaban construidas. Es imposible regresar ahí.
Esta población, que se encuentra también en un albergue temporal, pasó los tres primeros meses de la emergencia en carpas que se instalaron en la plaza de Armas de Jayanca. Luego, las 34 familias de este caserío fueron reubicadas por la Municipalidad, en un albergue que viene siendo atendido por Oxfam y Predes, también con módulos de vivienda bajo estándares humanitarios Esfera. No existe posibilidad de reconstrucción de sus viviendas originales y ellos lo saben. El albergue donde hoy viven se encuentra al lado de una vía comunal de trocha, cercana a la antigua carretera Panamericana Norte. Ellos solicitan a las autoridades que puedan gestionarles un terreno para su reubicación, o les permitan quedarse allí. “Nos dicen que esta es una vía de autos, pero que se ponga en primer lugar nuestras viviendas y que la vía (de tierra) sea señalizada, porque adónde vamos a ir. Aquí estamos cerca de nuestras chacras”, dice José. De hecho, las ganas de sembrar en sus pequeñas chacras, que aún pueden salvarse, y donde producían menestras y frijoles, les da fuerza para pensar en que las cosas irán volviendo a la normalidad.